Hace unos pocos días que hemos regresado del Alto Altas. Una vez más nos traemos en el recuerdo la experiencia de haber pasado unos días de grandes vivencias y de hospitalidad local.
Las montañas del Atlas son altas, grandes y sus caminos largos. En ocasiones pueden resultar extenuantes por sus dimensiones, su altitud y las pocas zonas de sombra que se encuentran. Por ello es preciso saber adentrarse en ellos de una forma segura y adaptarnos a las peculiaridades de estas montañas, que son muchas.
El paisaje poco tiene que ver con nuestros Pirineos. Aparate de ser 1000 metros más altos, la roca es totalmente distinta, con colores muy vivos y hay grandes paredes devastadas por el hielo y el agua.
Sin embargo lo más sobrecogedor de estas montañas es la sensación de estar “aislados” en un gran medio natural poco o nada alterado por el Hombre. Y esta es una experiencia que rara vez podemos disfrutar en los montes de Europa, más accesibles y transformados.
A pesar de estar sólo a hora y media en coche desde Marrakech, el pueblo de Imlil, situado a 1800m de altitud, parece estar en otro mundo. Sigue siendo, a pesar del turismo, una pequeña aldea de unos pocos cientos de habitantes dedicados en su gran mayoría a la agricultura y al ganado y desde hace algunos años, al turismo.
La llegada a Imlil es siempre impactante, pero la hospitalidad bereber, y la extrema cortesía rápidamente borran cualquier desconfianza o incomodidad. Un té a la menta y un delicioso Tajín (plato local de cocido de carne y verduras) hacen el resto. Los alojamientos son de calidad, limpios, adornados con gusto y con todo lo que necesitamos para estar confortables. Se nota el esfuerzo que se ha hecho en los últimos años para mejorar y llegar a los niveles de las buenas casas y hoteles rurales en España.
Aquí, en Imlil es donde comienza el auténtico viaje, el ambiente de expedición de montaña. Y es que estamos en una auténtica expedición de montaña. Las cargas con todo nuestro material y ropa se colocan en las esforzadas mulas y nosotros, más afortunados con la cámara de fotos en la mano, caminamos valle arriba, lentamente para ir aclimatando nuestro cuerpo a la altitud.
En unas dos horas se llega al santuario de Sidi Chambrousch a 2300m de altitud, un lugar perfecto para hacer un alto y tomar un té, hidratarse y picar algo. Después, en otras tres horas de aproximación se alcanza el refugio de Les Mouflons a 3200m, ya en plena alta montaña.
La experiencia de enfrentarse por primera vez a una montaña de más de 4000m. es muy especial. Una gran montaña, la gran barrera antes del desierto, la naturaleza en toda su magnitud, todo esto hace que la cumbre de este gigante tenga un encanto muy distinto a las de aquí. Pero hemos de tener paciencia, hacer las cosas bien para que nuestro esfuerzo se vea recompensado de la mejor manera posible y no cometer imprudencias que nos puedan costar la cumbre, o algo peor.
La subida, si bien no es complicada técnicamente hablando, tiene una fuerte pendiente en todo su recorrido, excepto al final, donde sus laderas son algo más suaves. Todo lo que nos rodea es la roca desnuda de la alta montaña, rica en colores, desde el negro al marrón claro, una roca especial que sólo se encuentra aquí.
Después de unas horas de ascenso, y casi sin esperarlo se divisa la cumbre del Toubkal, con sus 4167m, y la inconfundible señal geodésica de metal en lo más alto. Los últimos pasos son lentos, pero sabemos que ya estamos arriba, la cumbre es nuestra. Allí arriba abrazos, felicitaciones, fotos, algo de comer y un poco de tiempo para ver el sobrecogedor paisaje. ¡¡Lo hemos conseguido!!
De vuelta de la montaña nos sumergimos de nuevo en la cultura bereber, su gastronomía y sus comodidades. Es el momento de recordar juntos las anécdotas de los días de montaña, ver las fotos y disfrutar de los amigos.
Finalmente en Marrakech solemos dedicar unas horas a conocer unos de los enclaves más interesantes del mundo árabe; la Plaza de Jmaa el Fnaa y el zoco, pero esa ya es otra historia…
Un abrazo y hasta pronto,
Nacho
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